En memoria de Juan Zuckermann

En memoria de Juan Zuckermann. Considerando en donde nos conocimos, me resulta inquietante la forma de enterarme sobre su muerte y las posibles implicaciones que esto tiene sobre mis creencias en lo sobrenatural. Sin embargo, para iniciar esta carta póstuma prefiero recordar el día que nos conocimos.

Fue en agosto de 1993, en una conferencia organizada por la Sociedad Mexicana de Investigación Escéptica en la Facultad de Psicología de la UNAM. Ahí fue donde nos presentaron.

Ante mí estaba un hombre alto, de tez blanca, pelo oscuro, voz profunda y seguro de sí mismo; tenía una apariencia de superioridad que – para algunos – resultaba incomodo.

Para ser honesto, no fue de mi agrado. “Es el doctor Zuckermann, que se integra al grupo de los escépticos”, dijo el interlocutor. Sí, ya lo recordaba: era el tipo que había estado pateando el respaldo de mi asiento durante la conferencia.

Después de saludarnos – yo, con cara de pocos amigos -, Juan sacó una cajetilla de cigarros Raleigh. Me invitó uno y comenzamos a fumar.

Entre las bocanadas de humo, la plática fluyó en un tono irónico y sarcástico, entre juegos de palabras y anécdotas. Con un poco más de confianza, nos comenzamos a reír a carcajadas, mientras nos miraban inquisitivamente por irrespetuosos e irreverentes.

A él no le importó. Sí, así era Juan Claudio Zuckermann.

En memoria de Juan Zuckermann: La amistad

Desde entonces nos hicimos grandes amigos. Bromeábamos, discutíamos, debatíamos y nos reíamos contando chistes.

En lo profesional, hicimos mancuerna en diversos programas de radio y televisión, con Nino Canún y Fernando Mendizábal, planteando siempre una postura crítica hacia la religión y el pensamiento mágico.

Entre muchas otras cosas compartiamos el interés por la lectura, el ateísmo, el cine y el análisis político. El humor negro, tan característico de su personalidad, prolongaba nuestras pláticas en las cafeterías El Parnaso (ahora desaparecida) o la Librería Gandhi.

Cuando se integraba Carlos Caldero, otro gran amigo (experto en “llevar la contra”), la reunión se convertía en una polémica ácida, que bordeaba entre la risa, la intensidad y el desafío intelectual.

Al final, no importaba quién tenía la razón, sino cuánto nos divertíamos.

Era un extraordinario polímata, con gran capacidad de discernimiento y análisis. No he conocido alguien que tuviera un domino tan profundo en temas de ciencia, filosofía, historia y arte; sus conocimientos sobre la Segunda Guerra Mundial era asombroso.

Su retórica cimbraba al más culto. No fueron pocos a los que vi titubear cuando discutían con Juan Zuckermann. Sin embargo, sabía detonar la risa con sus comentarios ocurrentes llenos de ironía. Bioquímico de profesión, maestro por vocación y sibarita por convicción. Un defensor de su libertad, de su pensamiento y de su forma vida.

Zuckermann no sólo fue mi amigo, fue mi mentor. Siempre me asesoró en aspectos profesionales, financieros y personales, con su particular estilo: rotundo, incisivo, claridoso.

Entre las muchas cosas que debo agradecerle está mi comprensión y revaloración del sentido de la libertad.

Gracias a él entendí lo que significa la palabra “amigo”. De hecho, en varias ocasiones nos enojamos, ya sea por alguna diferencia en algún tema o por el exceso en alguna broma pesada que nos hacíamos.

Días o meses después, y sin necesidad de una disculpa o aclaración, dejábamos atrás los enojos y nos íbamos a tomar un coffee para “cotorrear”.

Pasamos por infinidad de aventuras y anécdotas en estos años de amistad; entre fiestas, restaurantes, cafeterías, bares así cómo en programas de radio y televisión, hasta en sesiones espiritistas. Aunque algunas situaciones fueron peligrosas, recordarlas me hace sonreír.

Sueño de mal agüero

Con voz fuerte, Juan Zuckermann me decía: ¿Sabés que me dijo tu tío Felipe? Me desperté a las 3:40 de la madrugada con un mal presentimiento. Jamás le había comentado sobre mi tío, y mucho menos de que había muerto. Eran los primeros días de enero del 2019.

Inquieto, por la mañana marqué tanto a su casa como a su celular, pero estaban cortados. Se me hizo un nudo en el estómago al recordar que, en diversas ocasiones, a lo largo de varios años, había dejado mensajes en su contestadora, pero no regresaba las llamadas.

Días después indagué entre amigos y conocido en común, pero tampoco sabían de él. Finalmente, Yuri -su hijo mayor- me informó que Juan Zuckermann había fallecido el 1 de enero… del 2013! ¡Trágame tierra!

No sólo me duele la perdida de mi entrañable amigo, sino el hecho de que ocurrió hace seis años. A pesar del tiempo transcurrido, enterarme ahora es cómo si hubiera muerto ayer. Me siento profundamente triste y consternado.

Lamento no haberlo acompañado en sus últimos días; me duele no haberme despedido de él, ni haber estado en su funeral.

La vida no tiene palabra. Más nos vale estar bien con nuestros seres queridos. Ahora están, mañana no. La muerte no distingue edad, sexo ni posición social. A todos nos tocará el turno de viajar con ella hacia la oscuridad, al vacío, a la nada, al lugar “sin retorno”.

Entre el dolor y el sentimiento de culpa por dejar pasar tanto tiempo sin saber de él, escribo estas líneas buscando desahogar mi sentimiento de pérdida.

Enciendo una veladora en su memoria.

PD. En la fotografía, de izquierda a derecha: Claudio Zuckermann, Juan Zuckermann y Juan Chía.

En memoria de Juan Zuckermann

error: Content is protected !!